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Frank

Me lo presentó David Jiménez en el invierno de 2009. La amistad surgió desde el primer instante. Nos unen muchas cosas. El amor a los animales no es la menor de ellas. Me di cuenta, desde el primer momento, del potencial televisivo que latía en el fondo de aquel corpachón cargado de alma. ¿Sería el nuevo Rodríguez de la Fuente? Quise, yo mismo, introducir a Frank en ese ámbito −el de la tele− no sin avisarle de que en él hay más peligro que en el corazón de la jungla. Filmé para un magazine de Telemadrid que no llegó muy lejos más de una hora de grabación en su casa de Bangkok y emití algunos fragmentos de esa charla. La mantuvimos en presencia de una nutria simpatiquísima, varias serpientes de muy distinta índole (entre ellas un par de cobras) y otros animales, cuya identidad no recuerdo. También estaban su mujer y sus hijos. Aquello parecía el Arca de Noé. En el terrario del club de tenis dirigido por Frank dormitaba, incluso, un dragón de Komodo. Mi tentativa de lanzamiento televisivo no cuajó, pero otras cadenas sacaron el proyecto a flote. Hoy lo conocen hasta los cimarrones que trepan por la valla de Melilla. Frank es un títere más en el teatrillo de marionetas de la tele, pero detrás de su máscara belicosa y viril hay una persona de bien. Me fío yo de ese hombre al ciento por ciento. Respondo por él y por los suyos. Lo que están haciendo con su mujer es una infamia. ¡Quince años de cárcel por un pellizquito de cocaína! La legislación vigente en Tailandia y en otros países de la zona relativa a la posesión y consumo de determinadas drogas es un disparate jurídico, un escándalo moral y una flagrante violación del código de derechos humanos. Se llega al extremo de condenar a muerte a personas cuyo único delito es el de llevar en la maleta treinta gramos de marihuana. Nada dicen al respecto Amnistía Internacional y otras organizaciones similares que tanto barullo arman cuando en Estados Unidos se ejecuta con toda clase de garantías jurídicas a asesinos en serie convictos y confesos. ¿Qué va a ser de los cuatro hijos de Frank, niños aún, y de los demás inquilinos de su zoo franciscano, si la madre falta? ¿Eso no cuenta? ¿Importa más el castigo de una infracción mínima que el amparo de los inocentes? Señores magistrados de Tailandia: solicito una revisión de la sentencia en nombre de la piedad y el sentido común. Si así lo hacéis, que Buda os lo premie; y si no, que vuestras conciencias os lo demanden.

(Fernando Sánchez Dragó, «El lobo feroz», El Mundo, 23 junio 2014)

#FREEYUYEE

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